La respiración, -que nos acompaña desde nuestro primer aliento de vida al nacer, hasta la expiración  en el momento de morir-,  refleja en gran medida nuestra manera de ser y de relacionarnos con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

Si estamos habitualmente temerosos, y sentimos la necesidad de protegernos de un ambiente que recibimos como “hostil” ¿qué haremos con nuestra respiración? Seguramente la reduciremos a la mínima expresión, como una manera de “pasar desapercibido”, de encogernos hasta la mínima expresión.

Todo ello se traduce en  un comportamiento corporal característico. El cuerpo se repliega hacia el centro, el pecho  y el abdomen tienden a aproximarse para proteger  nuestro centro vital,  próximo a la zona del ombligo. Los brazos y las ingles contribuyen  también a este mecanismo de “cierre” del tórax y del abdomen.

Así nos protegemos del dolor físico o  del emocional -de raíces muy profundas-, y si no hacemos algo para cambiar,  esta actitud  corporal queda cronificada, se “enquista” en nuestro cuerpo.

Imaginemos ahora, que desde pequeños hemos  albergado sentimientos de seguridad, amor y confianza; imaginemos también que  nuestras experiencias vitales, -positivas o negativas-, las hemos podido asimilar de manera  constructiva. En conjunto, nos han ayudado a crecer, nos han aportado experiencia y han contribuido que  maduremos como individuos.

Con toda seguridad, esta actitud ante la vida, se reflejará en nuestro cuerpo: nos sentiremos muy “apoyados” sobre nuestros pies y nuestras piernas, podremos expresar nuestros sentimientos, emocionarnos y comunicarnos de manera eficaz con nuestros semejantes.

Esta  actitud vital se refleja corporalmente: nuestro pecho está “abierto” para  acoger con serenidad y plenitud la entrada del aire que respiramos; nuestra  cavidad pélvica,  también  libre, acogerá el flujo del movimiento respiratorio.

También  la columna  vertebral  actuará como un eje dispuesto  a mantenernos en la vertical, lo cual revela nuestra actitud mental de estar con los pies en el suelo, conectados con nosotros mismos, y dispuestos a salir al la vida con alegría y confianza.

Según las circunstancias, podemos  adoptar una u otra actitud vital, lo cual se traduce en un comportamiento corporal y una manera de respirar determinada; también es cierto que hay muchos matices intermedios entre ambos extremos. Es importante tomar conciencia de  nuestra  forma habitual de respirar y la actitud corporal y vital que expresamos a través de nuestra respiración.

NUESTRA ACTITUD  VITAL TAMBIÉN MODELA LA FORMA DE NUESTRO CUERPO

Una  respiración “encogida”, superficial, con escaso movimiento del diafragma,  de las costillas y el abdomen,   revela  también una manera de “vivir la vida”. En este caso,  el aporte de oxígeno al organismo es insuficiente, con lo cual la actividad física e intelectual no será del todo eficaz; nos cansaremos más, nos costará mantener un ritmo de trabajo que exija concentración, o una actividad intelectual prolongada. Tampoco podremos deshacernos  suficientemente de las toxinas que liberamos en la espiración.

En definitiva: respiraremos  “ a medias”,  y también limitamos nuestras posibilidades de conectar de manera profunda con la vida; es como si no pudiéramos aspirar todo lo que  nos conviene, ni acabar de descartar lo que nos perjudica.  Esto, lógicamente, tiene implicaciones  físicas (oxigenación, revitalización celular… ) y psicológicas.

Si  respiramos de manera libre y profunda, habrá equilibrio entre la  incorporación de oxígeno y la eliminación de anhídrido carbónico. Este equilibrio tiene que ver con actitudes de dar y recibir lo que nos ofrece la vida, descartar lo que no nos hace bien,  confiar en el futuro, y trabajar en el presente  como único momento del cual disponemos para  ir haciendo  nuestro camino.

Evidentemente, hemos aportado dos ejemplos que son extremos, que seguramente hemos experimentado alguna vez: la  que se basa en un estado físico y emocional de seguridad y confianza, y  aquella en la que nos hemos sentido amenazados por algún peligro físico o emocional. Por ello, para cualquier  profesional de la voz, es importante descubrir cuál es su manera  habitual de respirar, para poder ir en la dirección de una respiración libre de  tensión muscular, y al servicio de la técnica vocal eficiente.